Alza la voz siempre que lo cree conveniente, es crítico con todo aquello que considera que no va con él, va de cara, no se esconde. Es un líder a corazón abierto aunque oficialmente no sea capitán del equipo azulgrana. Gerard Piqué es de esos deportistas que vale la pena y hay que respetar, más allá de si compartes o no su ideología o manera de actuar.

A nivel deportivo, Piqué nunca falla. Bueno, evidentemente tiene deslices como todos, pero su regularidad desde que llegó a Barcelona le ha permitido ser a día de hoy uno de los mejores defensas centrales de todo el continente. Sin discusión alguna, seguro. Va bien por arriba, la saca bien desde atrás y es seguro al corte.

Le falta punta de velocidad y movimiento lateral, pero lo compensa con una colocación cada vez más perfeccionada y que seguramente aprendió de Carles Puyol. Con él creció y ahora con Umtiti forma un tándem que bien podría considerarse uno de los más eficientes de la historia del Barcelona. 

Piqué siempre está ahí. En las buenas y en las malas. Se sacrifica por el equipo, lo deja todo en el campo y nunca baja la cabeza aunque las cosas vayan maldadas. Tenerle en Barcelona es un privilegio, más allá de por sus sentimientos, por cómo defiende el club al que ama desde que era bien pequeño.

Que algunos le llamen ya 'presidente' no es casualidad, aunque él simplemente intenta denunciar situaciones que considera injustas. Otros prefieren ser políticamente más correctos, él va de cara y dice lo que piensa a sabiendas de lo que le puede venir después -críticas, insultos...-.

Con España, igual

Aunque muchos le han dado palos por defender el referéndum, la realidad -totalmente objetiva- es que Piqué siempre ha dado el 100% cuando se ha enfundado la elástica de la selección española. Ha llegado hasta a sangrar. Los mayores éxitos han llegado con él en la defensa -y Ramos, y Puyol...-. Dudar de él, estúpido.