De Uruguay a Barcelona llegó nadando en una marea de interminables críticas que condicionaban su futuro. Se hablaba mucho y se decía poco mientras las imágenes recorrían el mundo. Algunas palabras volaban por el viento generando remolinos de dudas.

Inculcaron temores después de un episodio desafortunado que lo marcó para siempre, en un escenario donde todas las miradas se enfocaron en su actuación. Y los corazones, resignados, derrumbaron todo tipo de ilusión. No apostaban a nada. Ya no existía la fe.

Un día los hizo latir tan fuerte que su nombre caló en millones de simpatizantes. Los susurros dejaron de ser aquellas voces detractoras para convertirse en puños apretados y gritos que desgarrasen las gargantas por sus goles seguidos de una multitudinaria ovación.

En las sombras, Luis Suárez ya no descansa. Su lugar ahora está entre los laureles blaugranas de éxito, rodeado de sonrisas relucientes como el brillo de los trofeos que conquistó. Deslumbrantes, al igual que sus botines cuando consiguen danzar con la pelota hasta acariciar las redes de los arcos en cualquier estadio que haga rugir.

Porque el Pistolero logró con sus disparos ingresar en la historia donde resaltan las páginas doradas. Podrá caerse. Quizás fallar. Pero su temperamento charrúa no le permitirá darse por vencido. Y volverá a marcar. Una, otra y otra vez, con la bandera en sus hombros y el futuro en sus pies.