"Entrego la cinta de capitán. Fue una cosa que recibí con cariño y a la que he honrado. Ha sido un honor ser capitán, pero a partir de ahora dejo de serlo". Como quien se quita un lastre de encima, Neymar Júnior se refería así al final de su calvario tras terminar los Juegos Olímpicos en los que Brasil se hacía con el oro. "Ney" ya no sería más capitán, lo que le quitaría ese gran peso de encima que, a juicio del crack, le puso la prensa.

Y en el primer encuentro que tuvo la oportunidad, Neymar voló como un águila sin cadena que le atase a la tierra. El llamado a ser el mejor del mundo cuando llegue el ocaso de Leo Messi volvió a demostrar su fútbol agradable, ofensivo y que enamora a unos y a otros. Ya no tenía que estar pensando en todo lo que pasaba sobre el terreno de juego y lejos de éste, el diez de la canarinha era realmente libre.

Así se le pudo ver sobre el terreno de juego frente a Ecuador. Un hombre con libertad para hacer lo que le diera la gana, capaz de conectar con sus compañeros desde varias posiciones y recuperando la alegría perdida a golpe de titulares y tertulias hirientes. Ya está, no volverá a sufrirlas en sus carnes para poder ofrecerle a su gente lo mejor que lleva dentro.

Eso que regala cada día que se enfunda la blaugrana del Barça. Esa magia inherente en él que le hace ser uno de los jugadores más temidos en Europa pero que en Sudamérica se veía anulada. Quizás el brazalete fuera su kriptonita, quién sabe, pero ya no está. Ahora vuelven a la mente del fenómeno las patadas al balón que daba en Mogi das Cruzes cuando su altura a penas llegaba a la del esférico que ahora acierta a introducir en las porterías rivales. Neymar vuelve a tener 24 años y ninguna presión a las espaldas que le asfixie. Ahora llega el turno para que "Magrelo", como así le llamaba en la Brasil sub 20 donde enamoró a todos, vuele alto con la absoluta.