Partieron con todo en contra, el resultado de ida y su visita a una plaza complicada le añadía más peso a la insostenible carga de enfrentar al Paris Saint-Germain. No era fácil, y todos lo sabían. Al FC Barcelona se le pidió ser valiente y lo fue desde la alineación; se les exigió proponerle al cuadro parisino y no paró de encender las alarmas; se les clamó por defender la camiseta por honor y jerarquía, y dejaron el alma sobre el césped.

Recuperar la dignidad en Europa desde el inicio fue la premisa, y salió reforzado pese a no haber podido hacerse con el pase a cuartos. El juego desplegado por el Barça este miércoles por la vuelta de los octavos de final de la UEFA Champions League emocionó al  barcelonismo, a tan solo pocos días después del regreso de Joan Laporta a la presidencia del club.

Los once guerreros azulgrana saltaron al campo a remontar la eliminatoria con una formación 3-4-3. Y durante la mayor parte del partido sembró el miedo al PSG. Pero el compromiso volvió a decidirse en las áreas. Mbappé fue más contundente que Ousmane Dembélé, y Keylor Navas más decisivo que Mar-André ter Stegen.

Ronald Koeman lo había advertido: el Barça necesitaba la mejor versión de su capitán, Lionel Messi, y un partido redondo. Pese a que el dominio en el juego no se vio convertido en el marcador, el orgullo por haber desarrollado un gran papel, frenó la caída libre del equipo que parecía no acabarse al arranque de temporada. La primera parte del partido recordó a la mejor versión del conjunto, y eso resultó un bálsamo divino.

Fue un equipo que dejó el alma sobre la cancha, que se rebeló contra el varapalo de la ida y contra la imagen cosechada de las últimas temporadas. Tuvo que exigirse el PSG, que sitió el miedo en cada jugada, porque el astro argentino comandó lo imposible. Sin embargo, Messi se quedó a medias: anotó un astronómico golazo a 30 metros de distancia, pero falló un penal en la recta final de la primera parte que significó una dura estocada para el conjunto. Bajo la percepción de muchos, el penal pudo haber cambiado el rumbo de la eliminatoria por el envión anímico de los catalanes, y la conmoción de los locales.

Por su parte, los franceses respiraron con alivio, porque se ha demostrado que partidos así se definen por momentos. Y ese, el del penal, era de aquellos que deciden eliminatorias. Con el susto en el cuerpo, el PSG inició una segunda parte en la que dio un paso al frente y apretó al Barça. El cambio de dinámica enfrió el partido y perjudicó al cuadro culé. Fue frustrante para los de Koeman, que cada minuto significaba un peso más grande, el de ver que el fútbol es un estado de ánimo. Además de que la diferencia entre los dos equipos no es la que se vio en el Camp Nou, pues en aquel el Barça jugó con miedo por los fantasmas que aún lo persiguen en Europa. Pero todo cambió en París, no tenían nada que perder, se liberó y jugó a su mejor nivel, fue más que el PSG.

Nuevo enfoque

El Barça se demostró a sí mismo estar a la altura de grandes compromisos, pues solo le faltó la efectividad para convertir su dominio. De haber aprovechado cada jugada gestada, se habría metido en cuartos. La remontada entonces se le fue de las manos. La épica de las noches mágicas se evaporó, pero el equipo volvió a Barcelona con una autoestima más alta. La vergüenza de las últimas campañas quedó atrás, ahora está convencido en lo nuevo que está naciendo.

En medio del proceso, a Koeman y a sus dirigidos les resta LaLiga, más cuesta arriba tras la victoria del Atlético de Madrid, y la Copa del Rey, donde ya están en la final. A seis puntos del cuadro colchonero, y solo a una victoria ante el Athletic de Bilbao para levantar su primer título de la temporada. Un par de retos como premio a la difícil reestructuración de un nuevo Barça. Un equipo distinguido que apunta a volver a la cúspide del viejo continente.